Cuando se hurga en el área de investigación de la socióloga y economista española María Ángeles Durán Heras (75 años) se podría asegurar que la riqueza de su aporte le viene en gran parte de su condición de mujer y de su experiencia como madre. Aquello que Amartya Sen llamó alguna vez “economía con rostro humano”. Especializada en temas como el uso del tiempo no remunerado o la “economía del cuidado”, Durán Heras comenzó a reflexionar sobre el tema cuando constató que las enfermedades de los niños pequeños recién nacidos no recibían una atención en el análisis económico ni en el sociológico. “Fue una situación con un hijo mío, pero lo que antes era una preocupación personal, con el tiempo se ha convertido en un problema importantísimo. Y ya no son los niños sino las personas mayores, que en una población muy envejecida están representando ya más del 25 % de la población”, advirtió, en diálogo telefónico con LA GACETA, antes de su llegada a Tucumán, adonde llegó invitada por el Senado de la Nación y el gobierno provincial, por gestión de la senadora Beatriz Mirkin.

“No tiene sentido seguir analizando las economías del siglo XXI con los criterios de qué es producción, qué es riqueza, qué es desarrollo, qué es consumo, para poblaciones que no se parecen en nada a las de antes, y que necesitan conceptos y teorizaciones nuevas”, afirma Durán Heras, que hoy a las 11 hablará de “La riqueza invisible” en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno.

“La población mayor de 65 años no volverá nunca al mercado de trabajo; y hay que pensar en una economía en la que se tenga previsto quién produce, y a cambio de qué, los servicios que necesita la población mayor, y que no puede pagar en el mercado”, advierte.

- ¿A qué se refiere cuando habla de la riqueza invisible?

- Mis compañeros de Facultad de Economía están muy imbuidos de que la riqueza es lo que tiene precio y se convierte en dinero. Pero hay una riqueza enorme que no se convierte en mercancía. Una cuestión es la ambiental, que se la dejo a los ecologistas. En mi caso, me ocupo del trabajo que no va a parar al mercado, como ciertos trabajos de las mujeres, o el trabajo de voluntariado, que son donaciones a desconocidos, pero que no sirven para transformar plenamente la economía, pero que tiene que crecer. En España ya hay varias comunidades en las que se está buscando empujar el trabajo de voluntariado, el de la solidaridad, aquel que no busca directamente el lucro.

- ¿Usted habla de una “economía del cuidado, del tiempo no remunerado”. ¿Se la puede ponderar?

- Si ponderar quiere decir que tenemos ya encuestas suficientes como para medir la cantidad de tiempo que consume cuidar, la situación no es óptima, porque todavía no hay tantas encuestas. Pero, comparado con 1995, cuando la ONU pidió cambiar el marco de análisis macroeconómico para introducir el trabajo no remunerado en los hogares, la situación ha mejorado, y sí se puede ponderar. En España, la medición del trabajo remunerado (de PEA) se hace cada tres meses. Y tenemos dos grandes encuestas de uso del tiempo, en 2002 y en 2009, más encuestas chiquitas; tenemos una base suficiente para hacer análisis de los grandes trazos. En Latinoamérica ya hay estudios que nos permiten tener una idea aproximada. El problema para comparar el trabajo remunerado con el no remunerado es que pertenecen a sistemas económicos distintos. Y no tenemos, por así decirlo, un diccionario que traduzca lo que sucede en un subsistema de lo que sucede en el otro subsistema. Con las encuestas hemos conseguido medir la cantidad de tiempo. Pero luego viene una operación en la que es mucho más difícil ponerse de acuerdo, que no es técnica, sino política: darle un valor a ese tiempo. Ahí es donde está hoy la pelea. Porque si se le da el valor de un trabajador doméstico asalariado, como hacen las mayoría de las encuestas, nos da un resultado. Y si se le da la media del valor del trabajo en el mercado de trabajo, puede salir el doble o el triple. En economía hay dos criterios básicos de medición; el de coste y oportunidad y el coste de sustitución. Parte de los pioneros en este campo se decantaron por el criterio del coste de sustitución. Y pensaron que casi todo el trabajo no remunerado podía ser sustituido por empleados domésticos poco cualificados. Pero hay otro sector que da más importancia al coste de oportunidad que representa para el trabajador cualquier decisión que le aparte del mercado de trabajo. Y son irreconciliables los dos criterios. .

- Antes, cuidar era parte de la cultura doméstica; hoy eso se ha profesionalizado más. ¿Eso cambia los modos de análisis y de ponderación?

-Exactamente; el único que está bien medido es el tiempo de cuidar a los bebés, porque en muchos países las madres continúan durante cuatro meses cobrando su salario íntegro.

- ¿La situación en Latinoamérica es diferente a la de Europa?

- América latina es todavía muy joven. La población envejecida es mucho más alta en Europa, de modo que la demanda de servicios es distinta, y recae sobre una población de base intermedia.

- El cuidado ha sido siempre femenino. ¿Se está modificando?

- Muy poquito. Han evolucionado mucho más rápido la tecnología por una parte y el acceso de la mujer a la educación primero y al mundo del empleo después que el movimiento social que tendría que haber sido paralelo, acompañándolo, en el reparto del hogar. Y como esta segunda etapa todavía tiene muy poca fueza, ha significado una acumulación doble de trabajo por las mujeres.

- ¿No impacta todavía en el cuidado la nueva paternidad?

- En España se ha hecho una encuesta sobre el uso del tiempo en los jóvenes, hasta 24 años. Y hoy -no hace 20 años- las chicas jóvenes le dedican al trabajo doméstico no remunerado una cantidad que creo recordar que es 13 veces mayor que los chicos. Cambió mucho, pero es porque probablemente antes era 100 veces mayor.

- ¿Es lo mismo cuidar ahora que antes?

- No, porque las familias no se parecen en nada a lo que eran antes. En algunos aspectos cuidamos mejor hoy. Sabemos más, concedemos más independencia al enfermo. El que va a morir tiene derechos, y no tenemos por qué imponerle cómo ni cuándo tiene que seguir luchando por mantenerse vivo. Creo que hoy tiene mucha más autonomía de la que tenía antes. Pero ese cuidado ya no se puede restringir al hogar, porque se invirtió la pirámide demográfica. Hay que buscar formas nuevas, que sean acogedoras, pero no repetir las antiguas, que ya no sirven.

- Ahí está el papel del Estado...

- El cuidador que cuida a un enfermo durante mucho tiempo acaba con su salud, y muchas veces con su trabajo. Y a un cuidador asalariado harían falta de cuatro a cinco diarios, y nadie puede pagarlo. Por eso, hay que inventar sistemas, establecimientos nuevos, con servicios y arquitectura adaptados a las nuevas necesidades. Estamos ante un problema nuevo, y el desafío es inventar soluciones nuevas. El cuidado debe ser una prioridad política. Hubo un caso interesante, en España, la ley de Dependencia (2006). Sin distinción de partido, los líderes tenían madres, abuelas, tías, suegros, en situación de dependencia: y creo que fue el recuerdo de todos ellos lo que hizo que pusieran por delante una necesidad de la población por sobre sus intereses partidarios. Fue la primera vez que se dijo: si yo tengo una madre con Alzheimer, no es mi problema, es un problema de Estado. Sacar el problema del ámbito de lo privado y convertirlo en un tema público fue, a mi modo de ver, la ley más importante que se votó en España después de la llegada de la democracia. El problema, luego, fue la implementación, porque nos llegó la crisis económica.